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Elías Gil

A Elías Gil, lo conocen en Castilforte los mas viejos del lugar por “El Indiano”, fue uno de aquellos españolitos de abiertos horizontes, o de apremiante necesidad como fue su caso, que hace doscientos años marchaban a las Américas en busca de fortuna, y que volvían al cabo del tiempo, muchos de ellos, cargados de riquezas. La literatura popular de la época tuvo, en muchos pueblos y villas de España, tema abundante para contar y decir de sus famosos indianos. Familia humilde y de muchos hijos fue la de este Elías Gil. Siendo niño, se vio obligado a salir del pueblo para sobrevivir. En Madrid vivió en la casa de un tío suyo que trabajaba en la capital de España como empleado del Consejo de Indias. Un amigo de aquel tío suyo se lo llevó con él a América cuando solo contaba con 11 años. Murió su protector a poco de llegar. El pequeño Elías tuvo que abrirse camino en el Nuevo Mundo sin haber llegado siquiera a la adolescencia, es decir a la edad mínima precisa para ganarse la vida en un trabajo fuera de cualquier responsabilidad. Consiguió una fortuna importante en el mundo de los negocios y con ella se vino a España años después. Destacó por sus ideas liberales en aquel Madrid de la Fontana de Oro y de los sucesivos cambios de gobierno en la tercera década del siglo XIX. Hizo donaciones importantes a su pueblo natal; pero, por cuestiones políticas, al parecer en ciertos momentos a contrapelo de sus ideales y de la fama que se había conseguido ganar en la villa y corte, tuvo que escapar y volver de nuevo en un segundo viaje a tierras americanas. Los negocios que emprendió en esta ocasión, le fueron mejor todavía que la primera vez, pues conocía las gentes y los mercados que en las tierras el Plata tantas fortuna alimentaron para los aventureros que desde la “Madre patria” dieron en llegar allí con nuevas miras. Dedicó Elías Gil una buena parte de su fortuna a engrandecer su pueblo, a costear las mejoras que Castilforte precisaba para que los 320 habitantes que el pueblo tenía por aquellos años, vivieran con mejores servicios o con mayor holgura, según los casos. Todavía queda a la vista de todos en la Calle Mayor la señorial fachada de su viejo palacete. Costeó, como simple detalle, la fuente pública; durante largo tiempo envió dos mil duros cada año (era una fortuna) para que se repartieran en limosnas; atendió muchos de los gastos de la iglesia local: arreglos del edificio y vestiduras sagradas, sobre todo; dotó a varias chicas casaderas pobres; se puso a su costa un reloj municipal, y pagó diez reales por árbol a cada uno de sus paisanos que plantaran olivos en tierras de su propiedad. Siendo muy anciano cruzó el Atlántico y vino a España sólo a reconocer a su pueblo y a despedirse de el. Finalmente, próxima a su muerte, dedicó veinte mil reales para que se compraran una casa medianamente digna para vivienda del maestro, a quien recordó especialmente cuando notó que la vida para el llegaba a su fin. Murió en Montevideo a punto de cumplir 75 años. Una rara especie de hombre, un filántropo de mejor madera. Un señor de los antes, dicen en su pueblo, que debido a su comportamiento como “loco de generosidad”, doscientos años después las buenas gentes de Castilforte pronuncian su nombre con respeto, con gran cariño, casi con veneración, tres ramas al fin del maltrecho árbol de gratitud.

 

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